martes, 22 de noviembre de 2011

Funciones psicológicas del cerebro

Patricio Valdés Marín





El cerebro posee funciones propias que son psicológicas y son de tres tipos diferenciados: cognitivas, afectivas y efectivas. Estas funciones producen estructuras psíquicas. Sus existencias pertenecen a los impulsos electroquímicos que se dan entre las neuronas y de modificaciones proteicas en las sinapsis. En este continuo fluir de impulsos y en la incesante actividad cerebral se estructuran los contenidos de conciencia, las emociones y sentimientos y los instintos y la voluntad. Como toda estructura, sigue los principios de estructuración que se sintetizan en escalas sucesivas e incluyentes. El conjunto de diversas estructuras psíquicas se unifican en la conciencia.


Psicoanálisis y teoría


Hace ya algo más de cien años que Sigmund Freud (1856-1939) empezó a elaborar la teoría del psicoanálisis para dar cuenta de ciertos trastornos conductuales y hasta fisiológicos que experimentaban algunos de sus pacientes. Éstos tienen origen en fuerzas irracionales e inconscientes. Así, nuestra acción intencional no es puramente racional, sino que contiene impulsos irracionales que actúan de manera enmascarada y disfrazada desde el inconsciente, dirigiendo nuestros actos sin estar consciente de ello. Estas conclusiones tuvieron enorme repercusión en sus contemporáneos, y hasta los escandalizó del mismo modo como Darwin, algunas décadas antes, había impactado en las creencias religiosas sobre la creación con su teoría de la evolución de las especies biológicas. Ello es comprensible, ya que la larga tradición dualista de la cultura occidental, propia del idealismo y el racionalismo, suponía que la mente, o la psiquis, se identifica con la conciencia, y que el yo es lo mismo que el alma espiritual platónica, sede de la razón y rectora de la voluntad, que domina al cuerpo corrupto. Por el contrario, Freud establecía que hay vastas áreas mentales que no nos son conscientes, pero que influyen sobre nuestro comportamiento de manera determinista y en contra de nuestra voluntad, dando al traste con filosofías largamente atesoradas.

Los síntomas

Freud observó que la existencia de dichos trastornos son en realidad síntomas de incontroladas fuerzas inconscientes, o neurosis, y éstas son, a su vez, reacciones a las influencias exteriores experimentadas por el sujeto. Esto es, los síntomas son la expresión visible de un proceso inconsciente, siendo la enfermedad psíquica dicho proceso. Así, los síntomas son una transacción entre dos fuerzas opuestas: un deseo o un temor, y una censura poderosa que se opone a la primera. Mediante la censura, el neurótico excluye de su conciencia un proceso desagradable, aunque no menos real y profundamente vívido. Sin embargo, la exclusión no consigue que el proceso no se manifieste a través de una amplia gama de síntomas, por lo que la conclusión que se impone es que éstos son el resultado activo de motivos inconscientes ocultos.

Así, pues, Freud encontró un mecanismo para las neurosis. La causa de los síntomas neuróticos son las representaciones reprimidas y olvidadas en el inconsciente de alguna experiencia, supuesta o real, pero que, desde allí, siguen actuando en el comportamiento del sujeto, pues justamente allí las representaciones se encuentran sometidas a sus procesos. Al surgir una situación parecida a una experiencia pasada, resultante de una amenaza, aparece la angustia como señal de peligro. Luego la angustia es una reacción emocional ante un peligro no sólo subjetivo, sino que especialmente irracional, que produce en el sujeto sensaciones de peligro latente.

La represión es entonces la fuerza que mediante la censura mantiene fuera de la conciencia dichos recuerdos, confinándolos en el inconsciente. Es un mecanismo de defensa de que se vale el sujeto en contra de las exigencias de los llamados "instintos". Pero es un mecanismo ineficaz, pues debe actuar constante y repetidamente con el objeto de evitar la irrupción de lo reprimido. Las defensas ineficaces o patógenas producen las neurosis. Si los hechos reprimidos se hicieran conscientes, provocarían angustia. La representación inconsciente se ve obligada a transformarse para ser aceptada por el sujeto, provocando así el síntoma como un producto deformado de una realización de deseos. Todo síntoma sirve de expresión a procesos inconscientes.

Los síntomas poseen un sentido y una significación, siendo sustitutivos de actos psíquicos normales. Aparecen como actos nocivos o inútiles que el sujeto realiza en contra de su voluntad, y el esfuerzo psíquico requerido para su ejecución y la lucha contra ellos lo agotan, produciéndole angustia y ausencia de felicidad, y lo limita e incapacita para las demás actividades por la rigidez de sus reacciones, a pesar de sus propias capacidades. Freud llegó a analizar y a tipificar, bien o mal, una cantidad de neurosis en la forma de histerias, fobias, inhibiciones y obsesiones.

El psicoanálisis

Para curar estas neurosis, Freud elaboró el método del psicoanálisis. Mediante esta terapia se procura determinar qué representaciones y significados reprimidos son los causantes de los síntomas del paciente y traerlos a su plena conciencia, basándose en la suposición de que si éste los descubre y los acepta, los síntomas neuróticos desaparecen, pues cesarían de actuar desde el inconsciente.

La forma de llegar a conocer las representaciones reprimidas es a través de dos procesos: 1. la "asociación libre", método que se basa en la idea de que siempre existe una conexión entre un pensamiento y el que sigue; y 2. la interpretación de los sueños. Éstos serían una sustitución deformada de un suceso inconsciente, y del análisis de los "actos fallidos", los cuales se supone que pueden conocer aquello que está reprimido en el inconsciente.

Las representaciones reprimidas deberán ser interpretadas correctamente por el analista, lo cual es tan difícil como llegar a tener un criterio objetivo. Por su parte, el paciente deberá vencer la resistencia que aquéllas oponen a hacerse conscientes, pues son de naturaleza desagradable, lo que le produce vergüenza, miedo, dolor y angustia. Puesto que el mal está en su inconsciente, es él quien debe descubrirlo en forma activa, no bastando que se le diga simplemente cuál es el problema que lo aqueja.

Teoría psicoanalítica

Para explicar las neurosis y sus mecanismos de censura, represión y resistencia, Freud desarrolló una teoría psicoanalítica, a diferencia de muchos otros psicólogos que se han contentado solamente con describir otros tantos mecanismos en el comportamiento humano que dan cuenta de elementos no intencionales, irracionales y deterministas sin llegar a elaborar teoría alguna, lo cual no significa que no se deba valorar el enorme esfuerzo que significa generar una teoría. Pero han sido diversos elementos de su teoría y no el mecanismo psicológico de las neurosis lo que ha causado tanta polémica.

Una teoría es la explicación de un conjunto de fenómenos mediante otro conjunto, siendo ambos las partes integrantes de su estructura y que se conectan causalmente con necesidad. Así, por ejemplo, Einstein explicó la relatividad del espacio y el tiempo mediante la famosa ecuación E = MCC; Darwin aclaró la evolución biológica mediante la selección natural; Planck dilucidó la naturaleza corpuscular de la luz mediante los cuantos. El mérito de estos genios fue el relacionar en una teoría dos grupos de fenómenos, siendo corrientemente el conjunto explicativo una brillante hipótesis que se adelanta para explicar el otro que ya ha surgido por observación o por experimentación. Es suficiente que el primero sea experimentalmente comprobado para que la teoría adquiera validez.

En concordancia con la estructura de toda teoría, la de Freud abarcó dos ámbitos distintos de fenómenos. Uno de ellos se refirió al análisis de las relaciones causales que conforman los distintos mecanismos de un conjunto de fenómenos observables que constituyen, en este caso, las neurosis. El otro fue la interpretación de estos fenómenos mediante el fenómeno de la libido. No me corresponde pronunciarme aquí acerca del psicoanálisis en cuanto terapia.

Causa de síntomas

La teoría psicoanalítica de Freud se basó en que siempre los síntomas neuróticos tienen una causa sexual reprimida, omitiendo otras causas o aceptándolas levemente, como fue el caso de haber postulado en un principio el instinto de conservación, y posteriormente el instinto de destrucción o de muerte. En efecto, para él la causa de las neurosis es el instinto del impulso sexual, cuya energía es la libido. Resalta la apreciación de que en esta hipótesis existe, en concordancia con las creencias de la época, un fundamento importante de dualismo al separar una psiquis de un instinto biológico. Por otra parte, había comprobado a través de la terapia psicoanalítica que la causa de las psiconeurosis se encuentra en sucesos acaecidos en la infancia del individuo.

La conclusión que se le imponía era que en la formación de la neurosis están los deseos incestuosos de los niños hacia sus progenitores, y, especialmente, hacia el sexo opuesto, siendo el complejo de Edipo lo fundamental en su génesis. Naturalmente, como era de esperar, la hipótesis planteada, es decir la libido en la infancia, para explicar los fenómenos de las neurosis ha sido duramente atacada desde el momento mismo que Freud la formuló. Existen razones de mucho peso. No sólo es difícil aceptar la normal existencia de lo erótico en bebés y niños, a pesar de los intentos suyos y de sus seguidores por demostrarlo, sino que el psicoanálisis aparece verdaderamente como una doctrina perversa por proponer que las relaciones humanas normales se basan en hostilidades, resentimientos, venganzas y represalias. Y sin embargo, tanto la motivación sexual como su relación con sucesos vividos en la infancia se mantienen como firmes pilares en la elaboración de lo poco de científico que se puede encontrar en la teoría psicoanalítica, lo cual plantea evidentemente un verdadero acertijo.

Solución

No obstante, pienso que este acertijo puede ser resuelto mediante un par de consideraciones. Así, pues, un primer elemento para elaborar una teoría psicoanalítica más de acuerdo con las realidades biológica, psicológica y social es establecer que el conjunto de fenómenos que debiera explicarla son las dos funciones fundamentales de todo organismo biológico. Una de ellas es su capacidad de supervivencia, la otra es su capacidad de reproducción. Sin ambas funciones fundamentales la especie no podría prolongarse a través de la reproducción de los individuos, ni el organismo sobrevivir, siendo, por tanto, inviable la existencia tanto de organismos biológicos individuales de una especie como de la especie misma. Estas funciones fundamentales determinan completamente el comportamiento de todo organismo biológico, incluido el ser humano.

De la consideración de la acción de estas dos funciones en el ser humano se derivan una cantidad de conclusiones. En primer lugar, la referencia a la reproducción abarca mucho más que la libido freudiana. Incluye también la atracción sexual, el cortejo, el orgasmo, la gestación, el embarazo, el dar a luz, la crianza del bebé, la formación del infante, la educación del niño. En los seres humanos supone amor, madurez, responsabilidad, además de cariño y dedicación.

En segundo término, la función de supervivencia es anterior a la función de reproducción, considerando la proporción de la estructura del organismo humano dedicada a la primera. Si se desplazara la función de supervivencia por la de reproducción, sobrevendría evidentemente la muerte del individuo, sin haber llegado éste siquiera a reproducirse, lo cual no conviene de manera alguna al mecanismo de la prolongación de la especie.

En tercer lugar, la función de reproducción, junto con el intenso deseo sexual, aparece plenamente en el individuo sólo con la pubertad, cuando éste ha llegado a una madurez fisiológica que le permite llevarla a cabo, lo cual significa, por otra parte, que ha tenido primeramente éxito en sobrevivir. Decir que la sexualidad está en estado latente en el infante es evadir el acertijo señalado más arriba, pues no significa nada. Valdrá la pena señalar además que el ser humano es un mamífero pleno y, como se observa en todos los mamíferos, la sexualidad en las crías no existe, como tampoco existe en éstas ni el periodo anal ni el oral con sus connotaciones sexuales. La actividad sexual en los mamíferos aparece sólo con la pubertad.

En cuarto término, si el origen de muchas neurosis aparece como sexual, ello se debe a que la afectividad, en especial la derivada del deseo sexual, debe ser reprimida hasta que la necesidad de supervivencia sea primeramente satisfecha. A diferencia de la supervivencia, la función de reproducción requiere una contraparte sexual y que además esté dispuesta. El atractivo sexual de la contraparte puede promover el instinto o apetito sexual, pero éste no podrá ser satisfecho sin su consentimiento, el cual está pleno de consecuencias relacionadas con la reproducción.

En última instancia, lo que caracteriza a una cría humana por sobre todo es su absoluta vulnerabilidad, desvalidez e indefensión. Los antropólogos enseñan que la ventaja adaptativa que significó un cerebro de gran tamaño para la especie humana, tuvo su contraparte desventajosa que el recién nacido no puede pasar a través de la pelvis materna con una masa encefálica del volumen que tendrá como adulto. Esto tiene dos implicancias. Por una parte, el recién nacido necesitará años de crecimiento fisiológico para llegar al estado adulto y poder valerse con todas las aptitudes que caracterizan la especie. Durante ese tiempo será un ser dependiente en su crianza. Por otra parte, tamaña capacidad cerebral implica una existencia en un medio cultural extraordinariamente rico y sofisticado. Entre un recién nacido y la etapa de adulto existe un largo proceso de formación y educación cultural.

Cariño o no

Sin duda que el estado de indefensión natural propio de un ser humano en sus años de infancia no debe llevarse al concepto extremo de “complejo de inferioridad” del médico y psicólogo austriaco Alfredo Adler (1870-1937), y deducir de ello toda una teoría psicoanalítica. La realidad de la condición humana es que un bebé o un niño requiere de permanente amparo y apoyo para poder sobrevivir, y una cuidadosa y esmerada formación y educación para capacitarlo a ser un adulto maduro. Esta acción de sus progenitores y otros adultos se traduce en manifestaciones de cariño, que es precisamente la señal del amparo y el apoyo, pues el lenguaje de dar y recibir se traduce en símbolos de cariño. El infante espera cariño sin límite, pues es lo único que le permite tener la sensación de seguridad, sin el temor vital de ver amenazada su existencia.

Resulta una verdadera lástima que las enseñanzas freudianas, que enfatizan la condición erótica en los infantes, hayan desviado por tanto tiempo y por tantas generaciones la atención cultural de la forma correcta de la crianza, a pesar de que un psicoanalista puede comprobar corrientemente que una representación emocional angustiosa en un adulto fue producida principalmente por pasadas experiencias de indefensión en un mundo hostil durante la infancia, y que los neuróticos son las personas que han sido más duramente golpeadas por adversas e inhumanas circunstancias, especialmente durante la infancia.

Un segundo elemento que una teoría psicoanalítica debe considerar es uno de escala. En efecto, ha habido cierta dificultad en aceptar el mecanismo del placer y dolor al tiempo de hacerse cargo de otros fenómenos de la afectividad, como condiciones de las neurosis, sin creer que se cae en contradicción por esta supuesta univalencia. El mismo mecanismo de sensaciones de placer y dolor se emplea tanto en la supervivencia como en la reproducción de todo animal, siendo el placer sexual una sensación muy intensa, aunque no lo suficientemente como para no ceder frente al hambre, la sed, el sueño o el cansancio.

Por otra parte, mientras más evolucionada es la especie, mayores son las escalas disponibles para estructurar la afectividad. Así, la atracción sexual está en la escala de las sensaciones; el enamoramiento, que es una pasión, existe en la escala de las emociones, y el amor corresponde a la escala de los sentimientos. Cada escala está integrada, a modo de unidades, por escalas inmediatamente menores, hasta alcanzar las más fundamentales. Las sensaciones de placer y dolor, que pertenecen a la escala más fundamental de la afectividad, están siempre presentes en todas las estructuras afectivas, como las emotivas, propias de todos los animales más evolucionados, y las sentimentales, que son propias de los seres racionales.

Las neurosis, más propias de los seres humanos, surgen en las complejidades sentimentales de la necesidad de sobrevivir y del deseo de reproducirse. Tan compleja resulta la integración de las dos funciones vitales fundamentales que los seres humanos vestimos para ocultar nuestras partes pudorosas y desarrollamos intrincados rituales y normas para establecer quien se acopla con quien y en qué circunstancias.

En conclusión, un niño no es un ser erótico, pues simplemente su genotipo en dicha etapa de su desarrollo no ha estructurado aún el impulso sexual. Por el contrario, un niño es un ser existencialmente necesitado de cariño, el que, en su absoluta indefensión, le posibilita su supervivencia. Una vez adulto, su afectividad se estructurará integrando en sí tanto su impulso sexual como su experiencia afectiva infantil, de lo cual surgirán representaciones sexuales con cargas de experiencias infantiles.

Por tanto, si en su infancia ha habido cariño, en el individuo podrá madurar normalmente su sexualidad y llevar una vida plena. Por el contrario, si ha tenido carencia de cariño en la infancia, puede emerger en él un cuadro neurótico, con las típicas causas sexuales que Freud estudió. La traumática experiencia de esta falta de cariño, al ser estructurada dentro de una afectividad en la que participa también el impulso sexual, puede adquirir un significado distinto del original, como si lo erótico hubiera sido lo central en aquélla, de lo cual su experiencia desagradable de una realidad hostil en la infancia se funde con una carencia de cariño en una supuestamente pretérita experiencia en lo sexual.


Aprendizaje y comportamiento


El conductismo

El conductismo es una escuela psicológica que ha tenido una gran influencia y se emplea terapéuticamente.  Surgió en 1913 con la publicación del artículo: “La psicología desde el punto de vista conductista” de John B. Watson (1878-1958), quien afirmaba que la psicología debía redefinirse como el estudio del comportamiento. El propósito que perseguía era extrapolar el método científico a la psicología mediante el análisis del comportamiento. Su planteamiento se resumía en que todo fenómeno de comportamiento ocurre en forma de estímulos y sus respuestas correlativas. El sentido de esta relación se refiere a estímulos que provienen del medio, afectando a un organismo vivo, y sus respuestas fisiológicas de reacciones glandulares y motoras.

El conductismo enseña que el proceso de aprendizaje obedece a una mecánica consistente en un comportamiento modificado en respuesta a un estímulo específico. Los conductistas tratan de explicar el comportamiento humano a través del que se observa en experimentos con ratas, suponiendo la existencia de similares mecanismos internos en éstos. Para llegar a establecer la respuesta adecuada al estímulo, el animal utiliza el método del "tanteo" (trial and error). Por éste se refuerzan algunas conexiones de estímulos y respuestas, mientras se debilitan otras. A través de este método se aprende la relación causal existente en un problema (si se oprime el botón rojo aparece comida) y la respuesta apropiada (oprimir el botón rojo). El problema puede ser presentado artificialmente en el laboratorio o existir en la naturaleza, pero un animal, o un ser humano, responde aprendiendo la relación causal, no sin ritualizarlo.

El origen del conductismo se puede trazar a Iván Pavlov (1849-1936). A fines del siglo XIX este pionero ruso de la fisiología y la psicología llegaba a establecer el concepto de “reflejo condicional”, referido a la relación entre ciertos comportamientos de los animales con una determinada estimulación. Tras experimentar con perros, observó que éstos salivaban al escuchar una campanilla. Anteriormente la había hecho sonar cuando se les presentaba comida. Determinó que ellos aprenden a relacionar el sonido de la campanilla con la comida y concluyó que logran establecer una asociación entre ambas imágenes.

En las décadas del sesenta y siguiente, B. F. Skinner (1904-1990), prosiguiendo las ideas de la escuela conductista, llamó “condicionamiento operante” a una forma de aprendizaje que se refiere a una modificación voluntaria del comportamiento y no a una actividad puramente refleja, y en la que es posible modelar la conducta mediante un sistema de castigos y recompensas. De allí nace el concepto de “refuerzo” y que consiste en una reacción deseada por el empleo de premios. Esto significa que el aprendizaje se puede reforzar e implicaría ciertas modificaciones en la práctica pedagógica. Consistiría en la fijación de las respuestas que conllevan una recompensa y en un rechazo de las respuestas incorrectas o no recompensadas.

Skinner partió preguntando “¿por qué la gente se comporta en la forma como lo hace?” Para él la respuesta debía encontrarse en las causas físicas primeras. Reaccionando contra las explicaciones dualistas, afirmó que dichas causas son el ambiente y la herencia genética. Así, si se modifican algunos de estos parámetros causales, se obtiene una modificación correlacionada del comportamiento.

Un punto clave para entender el conductismo es que lo que ocurre dentro del sujeto, aunque podría ser posible llegar algún día a conocerse, no es determinante. Lo importante es observar los estímulos a los cuales las personas responden, junto con las respuestas.

Por la influencia del conductismo y su reacción al mentalismo, la psicología ha venido a ser la ciencia que estudia el comportamiento según el binomio estímulo-respuesta. La tendencia es que tanto el estímulo (el input) como la respuesta (el output) pueden ser observados directamente, pero no así el procesador. Lo que pertenece al sujeto, es decir, lo que ocurre dentro de la piel, es un dominio difícil de acceder. Ello se hace tangencialmente para determinar causas que expliquen por qué una respuesta esperada no se produce. Se tiende a buscar las causas en patologías, disfunciones, anormalidades, particularidades y similares.

La Gestalt

El punto de vista conductista ha sido atacado desde diversos sectores y bajo distintas perspectivas. Si por una parte había que responder al determinismo del binomio estímulo-respuesta de un conductismo que no intentaba desentrañar el fenómeno de lo que acontecía “dentro de la piel” del sujeto, también se hacía necesario responder, si se quería evitar caer en el idealismo racionalista, al cómo los contenidos de conciencia (percepciones, imágenes e ideas) pueden provenir exclusivamente de las sensaciones. De este modo, la escuela de la Gestalt, o teoría de las formas, se abocó a estudiar la estructuración de las sensaciones en percepciones a través de la organización perceptiva. Así, para Christian von Ehrenfels (1859-1932), fundador de la escuela de la Gestalt, el problema era cómo es posible la existencia de un todo estructurado y organizado que subsiste por sobre sus componentes sensoriales, siendo además más que la suma de sus partes, ya que la experiencia conlleva cualidades que no pueden ser expresadas por la sola combinación de sensaciones.

Max Wertheimer (1880-1943), miembro de la misma escuela, había respondido que el todo, o forma estructural (Gestalt), se organiza espontáneamente en el “campo perceptivo”, pasando a analizar la estructura de dicho campo, para luego establecer leyes que rigen su estructuración. Por ejemplo, la diferencia entre figura y forma: si una figura resulta más simple al ser interpretada en tres dimensiones que al hacerlo en dos, el individuo la interpretará de ese modo, saliéndose del plano. Distinguió entre pensamiento reproductivo, producto de la repetición mecánica y ciega, y pensamiento productivo, que es un proceso para formar una restructuración global.

Wolfgang Köhler (1887-1967), de la escuela de la Gestalt, en sus experimentaciones con chimpancés, comprobó que el aprendizaje es más que un comportamiento al que se llega por el método del tanteo. En un experimento él observó un chimpancé en una habitación en la cual se había colgado del techo un plátano y en un rincón de la misma se había dejado un corta vara y un cajón. Al principio el animal daba saltos una y otra vez para alcanzar el plátano sin lograrlo, hasta que en determinado momento el animal parecía ‘ver’ por primera vez la vara y el cajón, a los cuales sin embargo había mirado antes sin interés. Entonces en lugar de volver a saltar el mono empujó el cajón debajo del plátano y utilizó la vara para cubrir la distancia faltante, golpear el plátano y hacerlo caer. Concluyó que el discernimiento cumple una función principal, ya que en determinado momento el animal pudo reorganizar su espacio perceptivo, generando una relación significativa entre objetos que hasta el momento percibía por separado. 

Köhler suministró a la teoría los resultados de sus experimentos con animales, a quienes les exhibía tanto los elementos requeridos para una solución como los obstáculos. La solución a los complejos problemas a que eran sometidos no era fruto de ensayos y errores, como pretendían los conductistas, sino consecuencia evidente de una repentina visión interna, de un chispazo de pensamiento, dando así una interpretación acorde con la teoría de la Gestalt en función de la “reorganización del campo perceptivo” demandada por una necesidad. Köhler se centró en la idea de discernimiento para explicar el comportamiento de los chimpancés que el observaba. Veía que un antropoide estudia primeramente el problema por un tiempo y comprende de un golpe la solución. Interpretaba como una reorganización del campo perceptivo lo que sucede, como en este caso en que el antropoide en cuestión obtiene una solución (cómo alcanzar el racimo de plátanos) a partir de elementos dispersos que observa cerca (un cajón y una corta vara).

Podríamos decir que se trata más bien de una síntesis instantánea de elementos distintos que se opera en la escala imaginativa. Así, el animal consigue sintetizar las imágenes funcionales de cada elemento (el cajón logra acercar su mano al racimo de plátanos si se sube a éste, la vara cubre la distancia faltante), y en un instante producir una estructura psíquica en una escala superior, la combinación de estas imágenes funcionales en una imagen funcional completa. Tiene un chispazo, como diría Köhler, pero no en forma analítica ni lógica, que sería un método alternativo de solución que sólo podría efectuar un ser humano para obtener una solución. Simplemente, el chimpancé, o cualquier otro animal superior, incluyendo al ser humano, pueden imaginar estructuras funcionales a partir de imágenes que constituirán sus subestructuras. También diríamos que lo que induce al animal a actuar es un propósito ligado a sus necesidades propias de supervivencia y reproducción.

Numerosos estudios y experimentos efectuados con animales se han realizado en estos años tanto para conocer mejor sus capacidades cognitivas como para llegar a conocer mejor qué nos diferencia de ellos y qué tenemos en común, y llegar a saber qué es el conocimiento. Entre estos estudios, cabe mencionar el de cuervos que pueden encontrar soluciones originales a problemas, como el acceder a un pedazo de carne que está colgando de una rama, atado a una cuerda, y que está en la línea del experimento efectuado por Köhler. Otros experimentos realizados con focas muestran su habilidad para distinguir series distintas de símbolos.

Un interesante experimento se refiere a la habilidad de loros muy inteligentes de cierta especie para aprender las palabras para designar distintos colores, formas, sustancias y dimensiones, llegando a relacionar estas nociones en las imágenes concretas cuando se les pregunta, por ejemplo, por la sustancia de un cierto objeto de un determinado color, dimensión y forma que se le presenta junto con otros objetos diferentes y de distintas sustancias. Se puede saber también que los chimpancés tienen capacidad para sumar un par de cantidades pequeñas y simbolizar las cantidades de objetos en números, cuando indican dos tríos de manzanas y señalan a continuación el símbolo para el número seis. También en experimentos comparativos entre chimpancés y humanos se ha podido determinar que la inteligencia de un chimpancé adulto es superior a la de un niño de dos años en la capacidad para relacionar espacios y proporciones, relaciones y ubicaciones de distintos objetos.

La escuela de la Gestalt apuntó precisamente a fenómenos que tienen, no a estímulos externos al sujeto, sino que al mismo sujeto como origen, como el discernimiento, que afecta decisivamente la respuesta. Sin embargo, el intento de esta escuela de extrapolar el discernimiento observado en animales a los humanos está lejos de explicar la psicología humana. Ésta es más compleja que la psicología animal por cuanto incluye escalas propias de la conciencia de sí y donde funciona el pensamiento abstracto y racional. Una teoría unificadora y general del conocimiento, que estudie cómo conocemos, es lo que se propondrá más adelante. Adicionalmente, el problema epistemológico, que estudia qué conocemos, es tratado en mi libro El pensamiento humano (ref. http://penhum.blogspot.com); el problema de la psicología humana es analizado en mi libro La decisión de ser (ref. http://decisionser.blogspot.com), y el problema psicológico de la afectividad se trata en el Capítulo 3, “El sistema nervioso y la adaptación”, de mi libro La esencia de la vida (ref. http://www.esenvida.blogspot.com/).    


Sensación, percepción e imaginación


Antecedentes teóricos

Es necesario introducirnos directamente en el dominio dentro de la piel y desentrañar cómo conoce efectivamente el ser humano. La respuesta sobre cómo se relaciona el cerebro con la mente y cómo tenemos contenidos de conciencia, tales como las percepciones, las imágenes y las ideas a partir exclusivamente de las sensaciones se debería encontrar en la teoría de la complementariedad de la estructura y la fuerza, expuesta en mi libro La clave del Universo (ref. http://claveuniverso.blogspot.com), capítulo 3, Estructura, fuerza y función. En breve, esta teoría establece por una parte que toda estructura es funcional, es decir, ejerce fuerza o es receptora de fuerza, siendo respectivamente causa o efecto en una relación causal. Una relación causal puede terminar un una estructuración o también en una desestructuración o destrucción estructural.

Por otra parte, la teoría también establece que toda estructura se compone de unidades discretas funcionales, que son sus subestructuras, como también toda estructura es parte o unidad discreta de otra estructura, y así sucesivamente. Ahora bien, todas las estructuras que son unidades discretas de alguna estructura pertenecen a la misma escala, estando la estructura de la que forman parte en una escala superior, y estando las subestructuras (o unidades discretas) que componen cada una de dichas estructuras en una escala inferior, y así sucesivamente a través de distintas escalas.

Basados en dicha teoría, estamos ahora en condiciones de avanzar una teoría cognitiva-psicológica que permite superar el actual estancamiento del conocimiento acerca de la relación entre cerebro y mente, o de la investigación de la conciencia y el conocer. De este modo, la función más importante de la masa encefálica que llamamos sistema nervioso central o simplemente cerebro es la función psicológica capaz de estructurar una mente. Otra de sus múltiples funciones es, por ejemplo, ejercer un peso de unos 1400 gramos. La función psicológica produce tres tipos de estructuras psíquicas diferenciadas: la cognitiva, la afectiva y la efectiva, las que se reúnen en la conciencia.

Es conveniente destacar que estas estructuras psíquicas son tan de nuestro universo de materia y energía como la mesa de madera sobre la cual estoy escribiendo; y no me estoy refiriendo a la analogía de “cabeza de alcornoque”. La diferencia entre el conjunto de fibras de celulosa que componen la madera de la mesa y una idea, o una emoción, es que la idea, o una emoción, es un conjunto de impulsos electroquímicos que se van desplazando velozmente a través de y entre determinadas neuronas del cerebro. Una estructura psíquica requiere, por tanto, un medio neuronal activo (un determinado conjunto de neuronas unidas sinápticamente) para existir y sus unidades discretas son impulsos electroquímicos que se desplazan por este medio.

Respecto al mecanismo cognitivo del sistema nervioso, éste consiste básicamente en traducir las manifestaciones electromagnéticas y gravitacionales, que provienen del medio externo, en sensaciones de impulsos nerviosos que la red aferente envía al cerebro. Allí, esta información es sintetizada en percepciones. A su vez, éstas estructuran imágenes, las que, en los seres humanos, llegan a ser las unidades discretas de las ideas. Incluso en ellos las ideas se estructuran en juicios y conclusiones lógicas. Esta teoría en nada contradice el viejo adagio, suscrito ya por Aristóteles y también Juan Locke, que nada hay en el intelecto que no haya pasado por los sentidos. En lo que sigue, analizaremos brevemente esta teoría en su perspectiva cognitiva, es decir, la que explica la estructuración de sensaciones, percepciones e imágenes (cuando se incluyen las ideas en el proceso, se habla no de “cognitivo”, sino que de “cognoscitivo”).

Señales y receptores

El proceso de la cognición comienza con el ingreso del medio externo al sistema nervioso de conjuntos de señales agrupadas en sensaciones. Las cosas de la realidad objetiva, es decir, los objetos mismos (que son externos a nosotros), son fuentes directas o indirectas de fuerzas. En forma de radiaciones electromagnéticas (lumínicas, calóricas, sonoras y vibratorias), emanaciones químicas (olores, sabores, que también pertenecen a las fuerzas electromagnéticas) y simplemente gravitacionales (táctiles), las fuerzas excitan o estimulan directamente los órganos sensoriales que están repartidos por todo el cuerpo (tacto) o que están concentrados en determinados lugares (el resto de los órganos), los cuales son sensibles precisamente a estas fuerzas. En general, cuanto menor sea la intensidad de la fuerza necesaria para estimular un órgano sensorial, tanto más sensible será dicho órgano y tanto más precisa será la información que viene del medio externo.

Los órganos sensoriales son terminales nerviosos de ingreso de la vía ascendente o red aferente del sistema nervioso. Las ramificaciones sensibles de este sistema comienzan en sensores, compuestos por neuronas receptoras especializados, capaces de detectar presiones, temperaturas, vibraciones, intensidades de luz, colores, fuerzas magnéticas en ciertas aves, formas y compuestos químicos de gases y líquidos. Ciertas manifestaciones naturales, como, por ejemplo, diferenciales eléctricos causados por condiciones meteorológicas y que de alguna manera nos afectaría causándonos posiblemente dolores en articulaciones, no se consideran normalmente señales sensibles que tengan por receptores propiamente órganos de sensación reconocidos. No obstante estas relaciones causales son efectivamente partes del sistema sensorial que está conformado por señales sensibles y órganos sensoriales.

A continuación, los órganos sensoriales transforman, amplificando, las fuerzas recibidas en señales nerviosas que son transmitidas por la red aferente a las capas corticales sensoriales primarias (de visión, oído, tacto, gusto, olfato) del sistema nervioso central. Allí se estructuran en sensaciones. Una sensación puede ser un color, una forma, una textura, una temperatura o un olor determinado. No nos ocuparemos de las señales que están diseñadas para provocar respuestas y reacciones automáticas llamadas actos reflejos, puesto que no generan propiamente conocimiento.

Mediante instrumentos y aparatos, como por ejemplo, el radiorreceptor, sensibles a otra gama o intensidad de fuerzas y que las transforman en señales sensibles para los órganos sensoriales –incluso el microscopio o el telescopio que amplían nuestras capacidades visuales–, los seres humanos tenemos acceso a otras manifestaciones de la realidad, las que de este modo se tornan cognoscibles. Ello nos lleva a preguntarnos si acaso no existirán otros tipos de fuerzas que aún no conocemos por no disponer de aparatos que las transformen en fuerzas que podamos sentir.

En cualquier caso, puesto que la mayoría de las señales estructuradas, como las sensaciones recibidas, son percibidas por la vista (formas, colores, distancias, movimientos), nuestro mundo es principalmente visual. Podríamos compararlo con el mundo de, por ejemplo, un perro, cuya visión es un órgano de sensación muy pobre comparado con sus sensibles oído y olfato.

Percepción

El flujo de señales que llega de los órganos sensoriales al cerebro es rápido y continuo. Tan cuantioso fluir saturaría en poco tiempo la capacidad del cerebro si tuviera que procesar y almacenar toda esa información. Por ello, éste, en el estado de atención, discrimina y selecciona activamente las señales según intereses muy específicos relacionados con la conciencia del mundo que lo rodea, necesario para la supervivencia del organismo. Las sensaciones que han sido seleccionadas por la percepción, en el hipotálamo, se transforman en percepciones y se estructuran eléctricamente en la red neuronal, llegando a constituir datos o unidades discretas de información perceptiva.

La diferencia entre sensación y percepción es que la sensación “mira” –pasivamente– colores y formas, mientras que la percepción “ve” –activamente– un color, una forma.
La percepción no es una impresión pasiva de los estímulos externos en forma de sensaciones sobre los órganos de percepción, sino que en forma activa se forman estructuras de perceptivas correspondientes a la estimulación primaria. Es un proceso de búsqueda, selección y síntesis de la información sensorial bruta para obtener percepciones cuya finalidad es que el sujeto logre distinguir, ya en la imagen, las características esenciales de un objeto real.

La correspondencia entre el objeto real percibido y la imagen recordada se efectúa mediante una continua comparación y verificación con las señales que provienen del primero, seleccionando aquéllas que corresponden a sus atributos más relevantes desde el punto de vista del sujeto y de acuerdo a una determinada combinación de patrones innatos y aprendidos. En consecuencia, la facultad de la percepción consiste en una interpretación de las percepciones y su producto es la imagen. El sujeto puede cometer errores perceptivos debido a experiencias sensibles incompletas o fragmentarias. Frecuentemente, él debe hacer una evaluación previa para que estas experiencias sigan el camino para convertirse en conocimiento verdadero.

Imagen

La estructura de la conciencia, que afecta las estructuras coordinadoras del cerebro, relaciona las percepciones actuales para estructurar imágenes, pues las unidades discretas de una imagen son las percepciones. Compara las características percibidas del objeto con imágenes evocadas y crea hipótesis apropiadas que compara con los datos originales. En las imágenes de objetos conocidos, que están firmemente establecidos por experiencias anteriores, este proceso naturalmente se abrevia. Las imágenes pueden ser almacenadas en diversos conjuntos de neuronas asociativas, estableciendo sus conexiones. El interés de la conciencia puede mantener una imagen por un tiempo en estado de impulsos eléctricos en un conjunto de neuronas hasta que se asientan como memoria permanente, susceptibles de ser evocada cuando sea necesario.

La imagen memorizada es una estructura ubicada en un conjunto estructurado de conjuntos de neuronas interconectadas, cuyas sinapsis han sido permanentemente modificadas por proteínas sintetizadas. También el cerebro, en el proceso del imaginar, elabora o modifica sin cesar multitudes de imágenes, las cuales pueden existir brevemente en un estado eléctrico en conjuntos de neuronas. La estructura imaginaria no sólo representa un objeto, una cosa real o supuestamente real, sino que también persigue reproducirlo. La correspondencia del objeto imaginado con el objeto real es de importancia decisiva para la efectividad del organismo en su interacción con el medio externo. La representación que posee el cerebro debe corresponder con las cosas de la realidad.

Una imagen es el único contenido de conciencia que epresenta más o menos a un objeto concreto. La fidelidad de la imagen respecto al objeto no depende tanto de la calidad y cantidad de sensaciones percibidas como de la aptitud funcional del cerebro para estructurar una imagen, esencialmente subjetiva, que corresponda lo más precisamente posible con el objeto real, material y externo. La imagen en tanto unidad psíquica es la primera instancia significativa del objeto. Dice algo al sujeto, sea animal o ser humano, de un objeto en tanto unidad cognitiva estructural.

Lo que conocemos de un objeto es aquello que perciben nuestros sentidos. Lo que se nos manifiesta de un objeto son los accidentes, en el sentido aristotélico, es decir, aquello que tiene existencia en las sustancias, o el fenómeno, en el sentido kantiano, esto es, aquello que existe en el noumenon, en la cosa en sí. El objeto de la imagen está compuesto por una cantidad de “accidentes”, como colores, olores, sonidos, movimiento, textura, dureza, volumen, peso, y que llegamos a percibir y a conformar como imagen.

La imagen no es una representación uno a uno de un objeto percibido, como suponen los empiristas y nominalistas. David Hume (1711-1776), sostenía que “si uno mira un árbol, tiene la impresión (percepción) de un árbol. Si cierra los ojos, tiene la idea (imagen) de un árbol”. Para él, la idea (en itálicas para decir “imagen”, tal es la confusión existente en conceptos tan fundamentales) es una copia débil de la impresión. Razonaba que “si no hay impresiones, entonces no hay ideas”, sin caer en cuenta que se trata de una relación causal entre dos escalas distintas, lo que es imposible.

En realidad, la imagen pertenece a la escala de representaciones que va de lo genérico a lo específico hasta llegar a representar al individuo. La imagen genérica de perro puede representar para una persona un animal de cuatro patas, de tamaño mediano (por decir, entre elefante y ratón), con piel, ojos atentos, hocico húmedo, entre muy amistoso y muy bravo, que ladra, etc. Mediante una mayor atención que provea más percepciones, esta imagen genérica puede especificarse para representar un inteligente y elegante pastor alemán. Si la imagen llega a reproducir con mayor detalle al objeto, puede individualizarse para representar mi perro Max. Asimismo puedo recordar la imagen de mi perro cuando era un cachorro travieso, inquieto y cariñoso, o imaginarlo cuando sea un viejo gruñón y dormilón.

Una imagen puede referirse a un solo individuo. En tal caso, en el intelecto humano, puede llegar a constituir una unidad discreta de una estructura conceptual que conforma una relación ontológica. Un concepto o idea es una estructura psíquica cuyas unidades discretas son imágenes. También una imagen puede relacionarse con otras imágenes, como una tetera echando vapor posada sobre una hornilla. En dicho caso, el conjunto se está refiriendo a alguna acción que describe una relación causal.



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NOTAS:
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo corresponde al Capítulo 3, “Funciones psicológicas del cerebro”, del libro IV, La llama de la mente, http://llamamente.blogspot.com.